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Romanticismo francés

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Romanticismo francés

Luis XIV (1638-1715), rey de Francia (1643-1715), conocido como el Rey Sol, impuso el absolutismo y emprendió una serie de guerras con el fin de dominar Europa. Su reinado, el más largo de toda la historia europea, se caracterizó por un gran desarrollo de la cultura francesa. En 1674, Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711), sentó las bases de la literatura clásica en su tratado Arte poética, tomando como modelo el Ars Poetica de Horacio, y recibió el sobrenombre de legislador del Parnaso.

«En el siglo XVII, habíanse establecido dos gobiernos absolutos: un gobierno político, el de Luis XIV, y un gobierno del gusto, el de Boileau. Desde el siglo XVIII ambos declinan: el poder político por la incapacidad de los herederos del gran rey, y el poder literario por la debilidad de los sucesores del gran crítico. En el siglo XIX uno y otro poder están derrocados. El movimiento político comienza en 1788, y al iniciarse una de sus evoluciones, en 1801, Atala imprime el impulso decisivo al movimiento literario. Después de la convulsión trágica en que las clases chocaron unas con otras y trocaron el lugar que ocupaban, los nobles aprendieron lo que eran las angustias de la pobreza, y los plebeyos los resultados de ser omnipotentes, y aterrorizadas por esos cambios y hundimientos, las almas modernas sentían aquella vaga y dolorosa turbación que cuando la caída de la civilización pagana había desolado una veces y exaltado otras a los hombres más escogidos» (Emilio Ollivier, citado por Ramón D. Perés: Historia universal de la literatura. Barcelona: Sopena, 1969, p. 470)

«De esta innovación estética y de esta honda conmoción social salió un renacimiento fecundísimo, hijo de los Juan Jacobo Rousseau, de los Bernardino de Saint-Pierre, de los Chateaubriand, de Madame de Staël. Pronto Francia pudo presentar poetas como Lamartine, Víctor Hugo, Alfredo de Vigny y Musset, cuando en el siglo XVIII había recibido, últimamente, solo un versificador mediocre, de inmensa y inmerecida popularidad, Delille (1738-1813), y un poeta de veras, de pura escuela clásica, pero muerto harto joven, en el cadalso: Andrés Chénier, a quien los modernos aceptaron como suyo y del siglo XIX (1762-1794), aunque no pudo llegar a sus umbrales. El clasicismo de Andrés Chénier no era el artificial que Francia conocía, sino el naturalísimo y espontáneo de quien, sino tenía en Gracia su propia patria, tenía, al menos, la de su madre, y no quiso olvidarlo. De todos modos queda siempre como un solitario.» (Ramón D. Perés, o. cit.)

El Romanticismo francés tuvo su manifiesto en De l'Allemange (1813), de Madame de Staël, aunque tuvo por precursor en el siglo XVIII a Juan Jacobo Rousseau (1712-1778), autor de Confesiones, Ensoñaciones de un paseante solitario, el Emilio, Julia, o La nueva Eloísa y El contrato social, entre otras obras.

En el siglo XIX, Charles Nodier, Víctor Hugo, Alphonse de Lamartine, Alfred Víctor de Vigny y Alfred de Musset son los mayores representantes de esta estética literaria.

Un libro de poemas de Lamartine, Las meditaciones (1820), suele considerarse como un hito en la implantación del Romanticismo en esta nación; siete años después, el Prefacio de Víctor Hugo a su obra Cromwell supuso el rechazo de la tragedia neoclásica y el definitivo apoyo a los nuevos presupuestos teatrales del Romanticismo, algo que afectaría también al plano ideológico cuando en el 1830 el mismo Hugo estrenara su obra Hernani, auténtico manifiesto contra el conservadurismo monárquico y exponente de ideales antiburgueses y democráticos.

En Francia, el Romanticismo se desarrolló durante la Restauración, como reacción contra las normas del Clasicismo y el Racionalismo filosófico de los siglos anteriores. El Romanticismo se basa en la reivindicación de lo particular frente a lo colectivo, y en la rebeldía creadora por parte de los poetas, que quieren terminar con las normas para la creación literaria que prescribe el Clasicismo, las normas aristotélicas como la regla de las tres unidades (tiempo, espacio y acción).

El Romanticismo en Francia representó un movimiento de reacción contrario a la literatura nacional, dominada por un Clasicismo que ya no era exactamente un modelo de imitación de los clásicos. En las literaturas inglesa y alemana el Clasicismo no había calado con tanta intensidad como en Francia o España, aunque esta corriente fue predominante en este siglo. En Francia, país de tradición grecolatina, la literatura continuó siendo clásica hasta mucho después del Renacimiento.

El pensamiento romántico francés comenzó a formarse hacia 1750 y alcanzó su término aproximadamente un siglo más tarde. Se fraguó ya en el siglo XVIII, fue contenido y hasta rechazado durante la Revolución y el Primer imperio, llegó a la madurez sólo bajo la Restauración y su triunfo se confirmó hacia 1830, en la Batalla de Hernani.

Los precursores del Romanticismo: el Prerromanticismo (1750-1800)

Querella entre antiguos y modernos - El teatro de Diderot

La rebelión contra la imitación de la Antigüedad clásica había comenzado ya a finales del siglo XVII con el alegato que Charles Perrault (1628-1703) publicó en 1688 un alegato un alegato en favor de los escritores "modernos" y en contra de los tradicionalistas, titulado Comparación entre antiguos y modernos, a raíz de la Disputa entre antiguos y modernos en en la Academia Francesa. Perrault, La Motte, y Fontenelle rechazaban ya la imitación de los modelos clásicos de la tragedia y la comedia. ]La crítica era cada vez más virulenta con las obras de estos nuevos dramaturgos, que eran comparadas con las grandes figuras del Siglo de Oro francés.

Fue cuando Diderot, que se oponía a los extremos de la tragedia y la comedia aristotélicas, asentó las bases para un nuevo género denominado drama burgués, que se caracteriza por no respetar las unidades de tiempo y de lugar, por una mayor proximidad con las preocupaciones de la época, el empleo de la empatía con el fin de enseñar a través de la emoción, y una finalidad moralista. Desde el punto de vista escénico, el drama burgués introduce una serie de innovaciones con el fin dotar a la obra de un mayor realismo. El drama burgués empleaba elementos tanto de la tragedia como de la comedia. El elemento dramático ya no era el origen en los personajes, sino las circunstancias de la vida cotidiana.

Este cambio hizo posibles otros: el verso se sustituyó por la prosa y dio lugar a un lenguaje más natural, a una mayor variedad en el vestuario y el decorado y más movimiento en la acción. Ejemplos del teatro burgués de Diderot son Padre de familia (1757) y El hijo natural (1758).

Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)

La influencia de los enciclopedistas, la de los romanticismos germánicos y el interés por la Edad Media son importantes para entender el Romanticismo francés, pero la influencia más fuerte fue la de Rousseau.

El espíritu y las ideas de Rousseau están a medio camino entre la Ilustración del siglo XVIII y el romanticismo de principios del XIX. Hijo de un calvinista de Ginebra, hoy se considera a Rousseau como el padre del Romanticismo, muchas de las características principales del pensamiento romántico tienen un claro precursor en sus escritos.

Julia o la Nueva Eloísa (1760) es una obra epistolar que gozó de un enorme éxito en su época. Nos sumerge en un análisis profundo de los sentimientos humanos: la pasión amorosa y el amor filial, el deber, el honor y la virtud, la amistad, la lealtad en el matrimonio. En esta novela, que lleva el subtítulo de Cartas de dos amantes que habitan en una ladera al pie de los Alpes, se hallan todos los aspectos del posterior Romanticismo: una exaltada pasión amorosa cuya acción transcurre en un paisaje melancólico.

En su novela Emilio o la Educación (1762), de carácter pedagógico y sentimental, expone cómo debe educarse al hombre en ese ideal de sencillez, subrayando la preeminencia de la expresión sobre la represión, para que un niño sea equilibrado y librepensador. Rousseau es deísta y cree en la bondad primitiva del hombre.

En su tratado político El contrato social o Principios de derecho político (1762), expuso Rousseau sus argumentos sobre libertad civil y contribuyó a la base ideológica de la Revolución Francesa, al defender la supremacía de la voluntad popular frente al derecho divino.

En su discurso Sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1775) afirma Rousseau que la civilización ha envilecido al hombre y que hay que hacerlo volver al estado primitivo, que es su estado natural: “Todo es perfecto al salir de las manos del Creador y todo degenera en manos de los hombres”. Las instituciones, que nacieron para garantizar la libertad de los hombres rescatándolos del salvajismo, se han convertido en opresoras. Tanto las instituciones políticas como las educativas son anuladoras del ser humano, tratan de convertir al hombre en instrumento de sus propios intereses. Los hombres salieron del estado de naturaleza y se unieron con la esperanza de mejorar. Los niños son sacados de la infancia, de su inocencia natural, por medio de unas instituciones deformadoras que tienden a anularlos individualmente para acostumbrarlos a vivir en medio de una sociedad injusta. La pureza e inocencia infantil se ven pervertidas por los mecanismos sociales.

En 1770 finalizó la redacción de una de sus obras más notables, la autobiográfica Confesiones (1782): un profundo autoexamen que revela los intensos conflictos morales y emocionales de su vida.

Rousseau realizó una gran contribución al movimiento por la libertad individual y se mostró contrario al absolutismo de la Iglesia y el Estado en Europa, su concepción del Estado como personificación de la voluntad abstracta de los individuos. La nueva Eloísa y Confesiones introdujeron un nuevo estilo de expresión emocional, relacionado con la experiencia intensa personal y la exploración de los conflictos entre los valores morales y sensuales. Todo esto influyó de modo decisivo en el Romanticismo literario y en la filosofía del siglo XIX: su insistencia en el libre albedrío, en el rechazo de la doctrina del pecado original y la defensa del aprendizaje a través de la experiencia y no por el análisis.

Las ideas de Rousseau contribuyeron a la idea romántica de la infancia personal y colectiva. Aunque Rousseau no idealizó el estado de naturaleza, sino que entendió que era una etapa de la historia de los hombres que contenía tanto elementos positivos como negativos. En la concepción rousseauniana, el hombre en el estado de naturaleza carece tanto de elementos para hacer el bien como para la maldad. Las relaciones que Rousseau dibuja en la infancia de la Humanidad entre el hombre y el mundo están lejos de las armonías idílicas de Ovidio. De hecho, es la hostilidad de la naturaleza uno de los elementos que forzaron la unión de los hombres en sociedades.

Rousseau hizo discípulos desde el primer momento: Saint-Lambert con sus Saisons, Roucher con sus Mois, Delille con sus Jardins, Homme des champs, Trois Règnes de la Nature. Todos estos escritores hicieron, a partir de finales de siglo, variaciones sobre algunos de los temas iniciados por Rousseau. Sin embargo, las preocupaciones de los últimos años del siglo provocaron un cambio en las ideas filosóficas y políticas, y la gota final de la Revolución dejó en la incertidumbre las especulaciones literarias iniciadas por Rousseau hasta el Romanticismo.

La transformación de las ideas y de las costumbres

Francia había cambiado después del agitado siglo XVIII. El espíritu de la Revolución francesa influyó fuertemente la literatura y la filosofía posterior, introduciendo ideas de democracia y derechos del individuo. En palabras de Emilia Pardo Bazán, "el Romanticismo representa tres direcciones dominantes: el individualismo, el renacimiento religioso y sentimental después de la Revolución, y el influjo de la contemplación de la naturaleza".

La naturaleza que amaban los románticos no es la naturaleza sabia y ordenada sin exuberancia de los jardines que gustaba a los clasicistas. Se desarrolla un gusto por la verdadera naturaleza, con sus caprichos y su salvajismo. La contemplación de la naturaleza se convierte en un culto, en una fuente de inspiración y exaltación de la fantasía basada en la filosofía de Rousseau. El paisaje romántico por excelencia, más allá de las fronteras de cada país es el de las montañas y los lagos de Suiza.

El retorno a la Edad Media

Según el escritor alemán Heinrich Heine, la escuela romántica no más que un renacimiento de las canciones, temas y el arte de la Edad Media. Este interés por la Edad media se da al tiempo que una revisión de las tradiciones nacionales, conocida como Nacionalismo romántico y se caracteriza por la intención de rescatar los romances, los cantares de gesta y los temas medievales. El impulsor de esta tendencia fue en Francia sobre todo el conde de Tressan, quien publicó en 1782 sus Extractos de las novelas de caballería (Extraits des romans de chevalerie) que ponen de moda los trovadores y la literatura gala. Se retoma el interés por los trovadores y el amor cortés, pues las novelas y las romanzas de la época medieval son bien recibidas por su aparente ingenuidad y su lenguaje.

La Biblioteca de las novelas y la Biblioteca azul (Bibliothèque bleue, como se designa a la literatura popular de los siglos XVII, XVIII y XIX), prodigan a sus lectores con los extractos y las adaptaciones de Los cuatro hijos de Aymon, Huon de Burdeos, Amadis, Genoveva de Brabante y Jean de París. Villon en 1723 y Charles de Orléans 1734 son rescatados del olvido. También las obras de Marot son ampliamente leídas. Poemas, cuentos, novelas y relatos se llenan de caballeros, de torneos y de damas, de castillos y de pajes.

«El gusto medieval se había venido desarrollando, pese a la Ilustración y al clasicismo favorecido por la monarquía y la Revolución. El clasicismo napoleónico habría de ser, en cambio, otra rémora en la apertura de Francia hacia la Edad Media. Pero el retorno de Inglaterra y de Suiza de los emigrados de la Revolución y del Imperio, que había conocido afuera los nuevos gustos y la nueva sensibilidad, produjo un cambio en los ánimos respecto a la Edad Media. El medievalismo, mayormente arqueológico hasta entonces, se transforma en medievalismo estetizante y sentimental gracias al libro de Madame de Staël Sobre Alemania (1810) y ya antes con El genio del Cristianismo (1802) de Chateaubriand, quien inicia el panegírico del cristianismo, de la liturgia, del arte gótico, y lleva al resurgimiento del prestigio de la Iglesia Católica y de la Edad Media. Disuelto el Imperio, el medievalismo se extendió por el decenio de Luis XVIII y de Carlos X. Nuestra Señora de París señala el momento de mayor popularidad del gusto medievalista, que lleva a Teófilo Gautier a exclamar: ¡De nuevo la Edad Media!, ¡siempre la Edad Media! ¿Quién me librará de la Edad Media que no es medieval?» (Esteban Tollinchi: Romanticismo y modernidad. Ideas fundamentales de la cultura del siglo XIX. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989, p. 695-696)

La influencia inglesa

Las influencias extranjeras fueron también muy importantes en este movimiento Romántico, sobre todo la inglesa. Los ingleses habían abastecido a Europa, antes de 1760, de las teorías de libertad política y de gobierno constitucional de Locke, desarrolladas después por Voltaire y Montesquieu. Pero el barón de Holbach, Helvétius y los Enciclopedistas no tardaron en rivalizar con los escritores ingleses, y aunque la Pamela de Richardson y las novelas góticas eran muy leídas en Francia, el prestigio de la filosofía y del liberalismo inglés había decrecido.

El teatro inglés fue degustado con el mismo celo que las novelas. Así Shakespeare fue ásperamente discutido: Voltaire lo consideraba vulgar y obsceno, y Rivarol y Harpe pensaban más o menos como él. Sin embargo, el actor Garrick, muy famoso en el mundo teatral, interpretó desde 1751 fragmentos de Hamlet, El rey Lear y, especialmente, Romeo y Julieta y Otelo, obras que se hicieron muy populares en París.

Otra importante influencia inglesa fue la de los Poetas de cementerio. Algunos autores franceses ya habían alabado antes la paz solemne de las tumbas y de los muertos, pero sin tratar de imitarlo ni de importar el nuevo género, precursor de la literatura gótica. Fueron los ingleses Hervey, Gray y sobre todo Young quienes más extendieron esta vertiente. Las Noches de Young, meditaciones oratorias y monólogos prolijos sobre la muerte y la fe, tuvieron un éxito resonante, y cuando Le Tourneur las tradujo en 1769, la traducción mostraba una prosa más enfática todavía, pero sobre todo más lúgubre que en el original.

Así el "género sombrío" se fue consolidando poco a poco. Las heroicidades de Dorat y de Colardeau, las novelas y relatos de Baculard d' Arnaud (les Epreuves du sentiment, les Délassements de l'homme sensible, les Époux malheureux), Las Meditacionesy El hombre salvaje de Louis-Sébastien Mercier están repletos de misticismo, tempestades, cortejos fúnebres, cráneos y esqueletos, demencia, crímenes y arrepentimiento.

Más rápida e impactante fue la influencia de Ossián y baladas ossiánicas y la poesía épica inspirada en su figura, dada a conocer por la obra del poeta escocés James Macpherson, que en 1760 publicó varios volúmenes como supuestas traducciones de los poemas gaélicos de Ossián. Los poemas se habían traducido y extendido por toda Europa cuando se descubrió que era un fraude, y que Macpherson era el verdadero autor de los poemas. Sin embargo, la influencia no fue menor; en los Poemas de Ossián, encontramos un mundo de fantasía y aventuras, héroes, dioses nórdicos, brumas ligeras y heladas, tempestades, vientos desencadenados y fantasmas. En Ossian se recogía todo lo que las literaturas nórdica y céltica encierran de visiones fúnebres, de esplendores y de misticismo. Gales, Irlanda, Escocia, Dinamarca, Noruega, es decir, todos los países célticos y los países germánicos sirvieron de fuente de inspiración, y se admiró a todos los bardos, desde los druidas galos hasta las sagas escandinavas.

Según Émile Faguet, la literatura inglesa no caló tan fuertemente en Francia debido a la adulteración de las traducciones, así las traducciones de Shakespeare por Le Tourneur, si bien eran bastante fieles en el fondo, corregían lo que llamaba las "trivialidades" y las "groserías" del estilo. Las traducciones de Le Tourneur de Young, de Ossian, y de Hervey, por las cuales se le celebra, también emplean un lenguaje que es en exceso prudente: tallan, suprimen, transponen y recosen.

La influencia alemana

Podría parecer que la influencia de Alemania, donde el movimiento romántico fue tan precoz y tan ruidoso (Sturm und Drang), se hiciera sentir temprano en Francia, pero no fue así. El Romanticismo alemán fue ignorado, si no despreciado hasta 1760. Poco a poco, sin embargo, comenzaron a percibirse algunos de los grandes nombres que este país había producido: Wieland, Klopstock, Gellert y Hagedorn.

Es sólo a finales de siglo que la lectura de Schiller y Goethe reveló otra Alemania, más ardiente y más romántica. Se tradujo Los Bandidos, Werther encandila enseguida a los franceses con su encanto, y las traducciones y adaptaciones se sucedieron entre 1775 y 1795: no menos de veinte novelas llevan el amor hasta el suicidio, o por lo menos hasta la desesperación y el horror de la predestinación. Los jóvenes soñaban con Werther, y tras leerlo sus mentes quedan afectadas: la neurastenia se convierte en una moda entre las jóvenes. También proliferan los suicidios por asco a la vida, como el joven que se mató de un tiro en el parque de Ermenonville delante de la tumba de Rousseau.

Primer Romanticismo en Francia (1800-1820)

El primer Romanticismo en Francia se puede situar alrededor de 1800, determinado todavía por la herencia filosófica del siglo XVIII y por la Revolución de 1789. Las principales obras están escritas en prosa y dedicadas a la autobiografía y la novela. Obras decisivas de este periodo son El genio del Cristianismo (1802) de Chateaubriand y Sobre Alemania (1813) de Madame de Staël.

La época revolucionaria no fue una gran época literaria; las preocupaciones de los filósofos y literatos no estaban dirigidas a la literatura, sino a la transformación social. Además, si el período revolucionario, a causa de la multiplicidad de los acontecimientos y de su importancia, parece inmenso, su duración fue en realidad sólo de doce años, tiempo insuficiente para renovar toda una literatura, a pesar de que ésta daba ya signos de transformación.

Con la excepción de Marie-Joseph Chénier, el autor de Charles IX, la época de la Revolución no conserva ningún nombre de poeta que citar, salvo las obras de André Chénier, que no serán conocidas hasta 1819 y sobre quien algunos críticos, como Emilia Pardo Bazán, que sigue a Ferdinand Brunetière, dudan en incluirlo como autor romántico, pues lo consideran como el "último clásico".

En Francia en el siglo XVIII, Rousseau fue un precursor claro al rehabilitar la pasión y el sentimiento, así como el amor a la Naturaleza (La nueva Eloísa). Chateaubriand, quién hizo una apología del catolicismo con su Genio del Cristianismo y se convirtió en el maestro de la nueva generación romántica tras la publicación de Atala, René y sus Memorias de ultratumba y Madame de Staël (Alemania y Corinne) encarnan el Primer Romanticismo francés. Ambos fueron enemigos de Napoleón y hubieron de exiliarse.

La literatura del Primer Imperio

Napoleón favoreció a algunos poetas buscando crear bajo su Imperio una época dorada similar a la época Augusta. Con esta idea, pidió al eminente académico Fontanes que descubriera a un nuevo Corneille, pero sólo se descubrió a Luce de Lancival, el correcto autor de Héctor.

Mientras que Goethe y Schiller iluminaban Alemania y Byron revolucionaba literariamente Inglaterra, Francia contaba solo con escritores anclados en una época anterior y con pálidos calcos de las obras maestras de los anteriores: en poesía, narradores semielegíacos como el citado Fontanes (Le Jour des Morts à la campagne), Andrieux (Le Meunier de Sans-Souci), Arnault (Fables); en teatro, las tragedias pseudoclásicas de Népomucène Lemercier, Etienne de Jouy o Raynouard.

Étienne Pivert de Senancour (1770-1846)

Senancour, autor prerromántico, fue uno de los primeros discípulos de Rousseau. Para evitar una profesión para la cual no tenía vocación, escapó a Suiza en 1789, por lo que, una vez dio comienzo la Revolución, se le incluyó en la lista de "emigrados", impidiéndole el retorno. Obermann, la novela epistolar por la que es más recordado se publicó en 1804. En esta novela, el autor quiso retratarse a sí mismo, mostrando los escritos íntimos de un héroe desgraciado, devorado por el aburrimiento, y las dudas e inquietudes. La obra no tuvo éxito cuando se publicó, pero una vez lo obtuvo el "mal de Obermann" se trasformó en el mal del siglo.

En 1799, publicó sus Ensueños sobre la naturaleza primitiva del hombre, pero es la novela Oberman (1804) la que le llevará a influir fuertemente el pensamiento romántico. Tanto Sainte-Beuve como George Sand o Charles Nodier elogiaron esta novela, pero durante la vida del autor pasó casi desapercibida. En la cultura española la influencia de Senancour está directamente vinculada a Miguel de Unamuno, quien lo cita repetidas veces en Del Sentimiento Trágico de la Vida o en el prólogo de Niebla, donde afirma que Senancour, Quental y Leopardi son influencias decisivas en su obra.

Madame de Staël (1766-1817)

Su nombre completo era Anne Louise Germaine, baronesa de Staël-Holstein. Era hija del financiero y político parisino Jacques Necker. En 1786 se casó con el embajador sueco en Francia, Eric Magnus, barón de Staël-Holstein. En 1793, huyendo de la Revolución Francesa, se refugió en Suiza, donde dirigió un brillante salón internacional en el que se llevaban a cabo reuniones en las que participaban los intelectuales, artistas y políticos de la época.

A consecuencia de la hostilidad de Napoleón, tuvo que vivir fuera de Francia, pasó una larga temporada en Alemania, donde descubrió una nueva literatura, por la que se entusiasmó. De regreso a Francia, fue condenada por Napoleón y se vio obligada a abandonar París tras la publicación de su primera novela, Delfina (1802). En 1807 se exilió de nuevo tras la publicación de Corinne o Italia (1807). Esta novela, basada en la brillante carrera artística y literaria de la heroína angloamericana Corinne, se convirtió en la obra más famosa de Madame de Staël y ejerció una enorme influencia en todas las escritoras del momento. El eco de esta novela se dejó sentir en toda la ficción del siglo XIX.

Se atribuye a Madame de Staël la difusión de las teorías del romanticismo en obras como De la literatura (1800), que destaca asimismo por su capítulo dedicado a las mujeres escritoras, y De Alemania (1813), un estudio sobre la cultura alemana basado en el periodo del Sturm und Drang (1765-1785).

La vida de sociedad francesa había refinado los talentos y los sentimientos, en detrimento de la individualidad. Los autores escribían según las reglas clásicas, para ser comprendidos enseguida por un público acostumbrado a la finesse: poesía descriptiva, ligera o burlesca. Los románticos alemanes, al contrario, producían una poesía personal e íntima, expresión de sentimientos vivos y profundos, desafiando las convenciones clásicas. Es el sentimiento, la poesía, el ensueño, el lirismo, el misticismo, lo que genera a una literatura original, completamente autóctona y personal, muy filosófica, profunda y grave.

Esto representaba para Staël lo presentó la literatura del futuro, lo que separaba la producción literaria en dos vertientes: por un lado el Clasicismo, que imitaba la antigüedad clásica; y por el otro, lo que acabaría siendo el Romanticismo, término que ella comenzó a emplear en francés, que recuperaba la temática cristiana, de la Edad Media y de inspiración septentrional.

Las ideas de Staël contribuyeron a extender horizontes, hicieron girar las cabezas y las miradas hacia el otro lado del Rin, como Chateaubriand las había hecho girar al otro lado del canal de la Mancha. En De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales establece una comparación entre las tradiciones literarias sajonas y latinas, apuntando hacia los países sajones como fuente de la renovación literaria: "La literatura debe volverse europea", proclamaba Staël, y si los escritores franceses habían frecuentado a italianos, españoles e ingleses, el comercio con los alemanes era relativamente nuevo, y había que hacerles ver lo que podía ofrecer. Esta es sobre todo la advertencia que Mme. de Staël da con insistencia en su obra De l'Allemagne (1810), que tuvo una fuerte repercusión y asentó las bases del Romanticismo y de la literatura posterior.

El manifiesto del Romanticismo en Francia fue Sobre Alemania (1813), de Madame de Staël, que estando a punto de publicarse en 1810 en Francia, fue prohibido por la policía como peligroso y tuvo que ser publicado en Londres en 1813. Este libro codificó la cultura alemana como romántica para toda Europa. El libro daba a conocer en Francia, con verdadero respeto y cariño, las costumbres, la historia, la literatura, la filosofía y cuanto interesante había en la cultura alemana de entonces. La autora hablaba ya de la nueva escuela y a la ligereza con que todo eso se trataba en Francia, en nombre del buen gusto, oponía su visión de la literatura alemana del momento adquirida en un estudio a fondo sobre el terreno: Madame de Staël había realizado dos viajes por Alemania (1803-1804 y 1807-1808) durante los cuales mantuvo entrevistas con los más destacados intelectuales alemanes de la época. El libro fue en su tiempo una revelación y, publicado en Londres en 1813, tuvo gran éxito en París en 1814 tras la caída de Napoleón.

Francia se hallaba sometida al neoclasicismo antes y después de Napoleón y las innovaciones de la cultura alemana no penetraron en el mundo cultural de Francia. Alemania se encontraba en una situación de aislamiento literario. Madame de Staël pertenecía a la minoría de intelectuales interesada en la cultura alemana. Sobre Alemania dio a conocer a la Europa intelectual la filosofía alemana (Kant y Hegel), así como la literatura de Schiller y Goethe y los románticos alemanes. Este libro de Madame de Staël contribuyó a que Europa tomara conciencia de la existencia de la literatura alemana al final de las guerras napoleónicas. Con este libro, Madame de Staël se convirtió en una de las figuras fundadoras del romanticismo francés, aunque la recepción se retrasó debido a la resistencia de los defensores del neoclasicismo.

En aquella época, Francia tenía una pésima y caricaturesca visión del carácter nacional de los alemanes, que Diderot en su Enciclopedia calificaba de “borrachos”. Desde la Paz de Wesfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, Alemania arrastraba un enorme atraso cultural y la lengua alemana fue cediendo ante el empuje del francés como lengua de la política, la ciencia y la cultura. Pero a finales del XVIII, Alemania había abandonado los modelos neoclásicos franceses y se había abierto a otras influencias, era el movimiento prerromántico Sturm und Drang.

Madame de Staël se instaló en un castillo cerca de Ginebra, donde fundó el centro de opinión antinapoleónica más fuerte de Europa. Frecuentaron este centro, entro otros, los románticos alemanes August Wilhelm Schlegel (1767-1845), su hermano Friedrich Schlegel (1772-1829), Ludwig Tieck (1773-1853). August Wilhelm Schlegel vivió en Ginebra diez años en calidad de profesor de los hijos de la anfitriona.

Pero el libro De l’Allemagne no tuvo una acogida muy favorable entre los autores alemanes, que sospechaban que la obra había sido escrita en colaboración con los hermanos Schlegel. La autora no ocultaba que Francia poseía una alta civilización, mientras que Alemania era un país retrasado tanto política como socialmente. El libro no contribuía a superar los prejuicios existentes entre las dos fronteras del Rin, pues presentaba a Francia como un país abierto al mundo con su galante arte de conversar, mientras que Alemania vivía solitaria y encerrada en sí misma. Para Goethe, sin embargo, la obra de la autora francesa contribuía a superar estos prejuicios, pues la autora polemiza contra el ambiente literario y filosófico francés y, aunque presenta la cultura alemana como dura y bárbara, admira su propensión al sentimiento y al talante filosófico de los autores alemanes, su imaginación y su vida espiritual llena de energía, típica de los pueblos germánicos. Nace así el culto por la cultura alemana y se perfila la imagen de la patria ideal del poeta y del filósofo.

“Muy bien pudiera ocurrir que una literatura que no estuviera conforme con nuestra legislación del buen gusto, contuviese las nuevas ideas con las cuales pudiéramos enriquecernos, modificándolas a nuestro modo. La esterilidad de que está amenazada nuestra literatura induce a creer que necesitamos una savia más vigorosa que nos renueve” (Madame de Staël).

Madame de Staël presenta a una Alemania muy idealizada que contrasta con la patria natal de su autora, que era entonces un país centralista, gobernado por Napoleón de forma dictatorial, un país amordazado por la censura y sin libertad de expresión. La imagen de una Alemania como un mosaico de regiones muy variadas, entregada con entusiasmo a la música, la filosofía, la literatura, que cultiva el sentimiento y la fantasía, con pintorescos rasgos medievales, aunque, eso sí, atrasada e inofensiva políticamente, plasmó la imagen de Alemania que, a partir de 1815, perduraría durante decenios entre las élites franceses tendrían, haciendo olvidar que precisamente en aquel momento Alemania comenzaba a sobrepasar a Francia tanto desde el punto de vista demográfico, como económico o militar.

Henri-Benjamin Constant de Rebecque (1767-1830)

Escritor y figura política francesa de origen suizo, que contribuyó al desarrollo del romanticismo y al de la novela psicológica. Durante esos años mantuvo una intensa relación con la brillante escritora francesa Madame de Staël, de quien fue amante, y que influyó en su novela autobiográfica Adolfo (1816) y en la inacabada y descubierta mucho después y publicada en 1951 Cecilia.

Hasta 1830 fue un político activo, situado en el ala liberal y crítica. Su modelo político trataba de imitar el inglés. Se mostró contrario a las teorías que admiraban las antiguas sociedades libres como las de la Grecia Antigua, pues estaban basadas en la esclavitud. Su teoría de la libertad se basaba en la posesión y disfrute de los derechos civiles, del imperio de la ley y de la libertad en un sentido amplio, confrontada en este sentido a la actividad del Estado. Era defensor del modelo de la revolución inglesa de 1688: monarquía constitucional y liberal. Después de la restauración de la monarquía, vivió en París, donde fundó dos periódicos liberales y fue elegido para la Cámara de Diputados en 1819.

Recibió clara influencia de Jean-Jacques Rousseau y los pensadores alemanes, como Immanuel Kant. Producto de su actividad literaria son dos novelas Adolfo (1816) y Cécile (1851). La novela Adolfo, considerada una de las primeras novelas psicológicas, la escribió inspirado por las penurias que le causaba su relación con Madame de Staël. Se trata de un relato de introspección que tuvo gran influencia en la novela moderna y se convirtió en un referente del amor romántico para toda la generación posterior.

Adolfo es un joven que se enamora de una mujer mayor que él, pero no es un amor generoso, valiente, es un amor cobarde, inseguro y especulador. Eleonora, la protagonista, sin ser víctima, porque actúa y exige, se hunde poco a poco, hasta morir.

François-René de Chateaubriand (1768-1848)

Tras abolirse el Antiguo Régimen, el Romanticismo alumbró un renacimiento religioso y monárquico, cuyo máximo exponente es François-René de Chateaubriand con El genio del Cristianismo (1802), obra que sirvió como chispa para dos corrientes dentro del Romanticismo religioso: los apologistas y la introspección religiosa de Lamartine.

A diferencia de Madame de Staël, que pensaba al estilo de los filósofos del siglo XVIII y que, aunque se acerca al cristianismo, no fue militante católica, Chateaubriand, su rival, comenzó a escribir influido por las doctrinas del XVIII, combatiendo el catolicismo, para convertirse luego en un ferviente defensor de la doctrina católica y líder del movimiento religioso con su Le Génie du Christianisme (1802). Obra a la que siguieron Los mártires (1809), que compara el paganismo con el cristianismo para probar la superioridad moral y estética del cristianismo. Esta afirmación influyó profundamente en la vida religiosa y literaria de su tiempo.

Otras obras famosas de Chateaubriand son Atala (1801), René (1802), Los nátchez o la traducción de El paraíso perdido de Milton.

Dos cosas aporta Chateaubriand a la literatura francesa: exotismo y un renacimiento religioso. Exotismo al describir Norteamérica en Los nátchez (escrita en su juventud), Oriente Próximo en el Itinerario de París a Jerusalén (Itinéraire de Paris à Jérusalem), en Los mártires (les Martyrs) el mundo antiguo, celta y a la Germania primitiva, lugares que visitó durante los años de exilio. Chateaubriand introduce un arte cosmopolita en lugar de un arte exclusivamente nacional. Seguidor de Rousseau, invita también en Atala y en René, a dilucidar la verdadera emoción y la melancolía y trasponerlas sobre el papel. Su obra Aventures du dernier des Abencérages está inspirada en sus recuerdos de España.

La Francia post-revolucionaria abría de nuevo sus puertas al cristianismo, y Chateaubriand, por las teorías expuestas en El genio del Cristianismo, un poema laudatorio de la obra de Dios, se abrió paso entre los poetas franceses llegando a ser protegido de Napoleón Bonaparte, estrenándose la obra el mismo día que éste abría de nuevo las puertas de la Catedral de Notre-Dame al culto tras acabar las reformas de la catedral. Napoleón quería así reconciliar el país con el Vaticano, con el fin de ser coronado por el Papa Pío VII.

Chateaubriand se enemistaría más adelante con Napoleón tras la ejecución del duque de Enghien, apoyando a los Borbones y buscándose por ello muchos enemigos. Su vida política fue siempre muy agitada y su popularidad prodigiosa, aunque su influencia se hizo sensible sólo hacia 1820.

Chateaubriand introdujo personajes y ambientes nuevos y exóticos, procedentes de los indígenas de Norteamérica y de los paisajes americanos, subrayando la introspección y la melancolía con tintes pesimistas, como demuestran sus novelas Atala (1801) y René (1802). Sus otras obras importantes también son una defensa del cristianismo, hacen referencia a sus viajes por América y, sobre todo, destaca su autobiografía, Memorias de ultratumba (1848-1850), obra en la que trabajó durante más de treinta años, es una fuente de datos sobre las luchas y variaciones de la época y del romanticismo.

Segundo Romanticismo – La revolución romántica (1820-1848)

Se sitúa entre 1820 cuando aparecen las primeras obras de Lamartine y 1848, fecha de la denominada revolución fracasada; la estructura literaria viene determinada por la posición frente a los acontecimientos de 1789, bien, de carácter positivo o bien, de énfasis pesimista y negativo, en tales posturas, dos temas son dominantes: La Libertad y Napoleón.

La revolución literaria que se había preparado en el siglo XVIII, anunciada por Chateaubriand y Madame de Staël, estuvo en incubación todavía bastante tiempo. El libro de Madame de Staël, en particular, permaneció durante varios años sepultado por la policía imperial y durante la época del Imperio la literatura fue oficial, como todas las manifestaciones de opinión. La poesía clásica se empleó como propaganda y protección del imperio, y la ortodoxia, en medida de la fidelidad del buen ciudadano.

Pero la generación de 1815, tras la caída de Napoléon, estuvo menos dispuesta a someterse a las normas sociales y más pronta en hacer del "yo" la medida del universo. Es por este "yo" atormentado por quien los artistas iban a expresarse, abandonando finalmente las formas que les habían sido legadas. También en las corrientes filosóficas se presentó un cambio, en contraposición a la generación anterior, ilustrada, representada por los enciclopedistas: los románticos eran herederos del sensualismo de Condillac y eran monárquicos y católicos.

Con las obras de Chateaubriand y Madame de Staël flotaba ya en el ambiente un vago movimiento romántico en prosa, con influencias nórdicas, inglesas, escocesas, y alemanas principalmente. El Ossián de Mcpherson de sus falsos poemas épicos Fingal (1762) y Temora (1763) eran populares, siendo calificados por algunos autores como superiores a Homero.

Solo faltaba que el Romanticismo se manifestara con fuerza en la poesía, cosa que ocurre en 1820 con la primera obra de Lamartine.

Alphonse Marie Louis Prat de Lamartine (1790-1869)

Fue escritor, poeta y político del período romántico. Sus Meditaciones poéticas (Méditations poétiques) aparecieron en 1820 y fueron el debut del autor en la poesía a modo de inicio de la poesía romántica en la literatura francesa. Pronto se consideró en Francia que aquel libro creaba la poesía lírica subjetiva del siglo XIX y que constituía un acontecimiento comparable a la aparición en 1802 de la obra de Chaeaubriand Le Génie du Christianisme (1802). Ya se podía decir que la nueva escuela, el romanticismo, ya tenía en Francia su poeta.

Después de la poesía sensual, seca y convencional de los últimos clasicistas, la originalidad de un poeta que se atrevía a ser emotivo y sincero, conmocionó al público francés. El lenguaje era armonioso, honda la emoción y sincera la inspiración religiosa. Los temas principales de la poesía lírica de Lamartine son el amor como efusión platónica que conduce hasta la Divinidad.

Poemas como El Lago (Le Lac) se hicieron clásicos y pasaron a las antologías. Otros poemas como El Aislamiento, El Otoño o El Vallejo, llevaban a la perfección esta poesía personal, sentimental y descriptiva, elegíaca y febril, que iba a ser uno de los triunfos del Romanticismo.

A las Méditations siguieron las Nouvelles méditations (1823), obra de mayor aliento. Pero donde la inspiración del poeta alcanza la cumbre fue en Harmonies poétiques et religieuses (1830). Jocelyn (1836) es un poema que ofrece nuevas cualidades en la expresión de los sentimientos familiares y de las cosas sencilla. Pero La caída de un ángel (1838) fue recibida con severidad por la crítica.

El Templo y La Inmortalidad inauguraban una poesía filosófica y religiosa de una sonoridad nueva en la que Víctor Hugo y Alfred de Vigny iban a inspirarse, y que el mismo Lamartine.

El lirismo de Lamartine tiene muchos componentes neoplatónicos, incluyendo reminiscencias de los antiguos poemas indios como el Mahábharata, el Ramayana o lo Vedas. Su tono elegíaco encajaba muy bien en la época.

Su carrera política empieza con su defensa de la restauración borbónica en 1814, que le valió entrar en la carrera diplomática. Ocupó su primer puesto oficial bajo el gobierno de Luis XVIII. En 1829 fue elegido miembro de la Academia francesa. Durante su período como político en la Segunda República Francesa, colaboró a la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte, y fomentó el derecho al trabajo. Era un idealista político que apoyó la democracia y el pacifismo, y su postura moderada sobre la mayor parte de cuestiones hizo que sus seguidores lo abandonaran. Tras fracasar en la elección presidencial en 1848 se retiró de la política y se dedicó a la literatura.

Víctor Marie Hugo (1802-1885) y la batalla romántica

Los románticos defienden la literatura como expresión de la sociedad, por lo que a estos principios literarios se añaden otros políticos. El movimiento romántico comienza monárquico y católico, como expuesto por Chateaubriand y Madame de Staël y estaba plagado de germanismos, frente al tradicional Clasicismo nacional. La crítica literaria de este periodo desencadenó lo que ha venido a llamarse una "batalla" que se desarrolló en todas las corrientes artísticas, pero que lo hizo con mayor crudeza en el teatro, siendo Víctor Hugo su mayor exponente.

«Hizo su debut genial como poeta en 1822, con su volumen Odes et Valladse. En este título reflejó ya, en parte, su tendencia. Con bastante exactitud se ha dicho que Lamartine es la elegía y Víctor Hugo la oda: en ella es el más fecundo, variado y, sobre todo, audaz poeta de nuestra época. Además, en este tomo aparece ya una Edad Media de fantasía con la cual juguetea el que había de escribir después Notre-Dame de Paris. Tendió siempre, y cada día más, a lo grande, fuéralo en realidad o lo pareciera solo; a la voz alta y resonante de jefe de multitudes; a lo enorme, palabra usada por él con suma frecuencia, porque revelaba, mejor que ninguna su íntima inspiración.» (Ramón D. Perés, o. cit., 437)

«Hubo en Francia un hombre que era una especie de huracán poético o marea viva del lirismo. Se llamaba Víctor Hugo. Como un poder elemental, sacudió e inundó toda la vida francesa. Su poesía es tosca, sin calidad, sin arcanos temblores, pero es ciclópea, magnánima, hercúlea, miguelangelesca. En rimas audaces cantó el amor, la mujer, el niño, la hoja otoñal, la vieja leyenda, la gran batalla, divinizó a Napoleón I, lapidó a Napoleón III, verbalizó sobre “l’Humanité”. No hay cosa de Francia y del hombre ante la cual no agitase sonoro su enorme cencerro, en un magnífico, universal, carnaval. Se comprende que los franceses vieran en él algo que no había existido desde Virgilio, Homero y Dante: el Poeta de un pueblo, el lirismo como institución.» (Ortega y Gasset, José: “El intelectual y el Otro” (1840). En Obras Completas, Madrid: Revista de Occidente, 1864, vol. V, p. 509)

La lucha por la poesía

En 1822 aparece una nueva colección de poesías, un volumen de Odes et Ballades cuyo autor era un joven de apenas veinte años llamado Víctor Hugo. Esta colección, así como las poesías que se publicaban en la Muse Française de escritores jóvenes y sentimentales como Alfred de Vigny, Charles Nodier, Émile Deschamps, Marceline Desbordes-Valmore, Amable Tastu, Sophie y Delphine Gay (la futura Mme. de Girardin) redoblaron el éxito que la nueva forma poética obtendría entre el gran público. Todavía no había audacias muy grandes en esta poesía, aún bastante clásica, pero la escuela de Delille y de Luce de Lancival la encontró magnífica. Esta nueva poesía no era bien recibida por la Academia, que la calificaba como "poética bárbara". Algunos autores vieron en el romanticismo una enfermedad parecida al sonambulismo o la epilepsia.

La lucha por el teatro

El teatro fue desde el principio el género más atacado. Víctor Hugo se ocupó de proclamar más alto que sus adversarios las maravillas de los maestros del pasado, Corneille, Racine o Molière, a pesar de oponerse a ellos sin cesar. La escena teatral parisina estaba dividida entre el círculo de Talma, que ocupaba los teatros de la Comédie Française, que pasó a llamarse Théátre de la Republique y el Odéon y los teatros secundarios, donde se representaban melodramas, más populares que el teatro clásico de Talma. Es de este teatro secundario del que se inspira el drama romántico, que pretende hacer tabla rasa con el teatro anterior.

En el Prefacio de Cromwell (1827), Víctor Hugo proclama el liberalismo en el arte, el derecho del escritor a aceptar sólo las reglas dictadas por su fantasía; es la vuelta a la verdad, a la vida; reivindicar el derecho del escritor de, si ello gusta, codearse con lo sublime y con lo grotesco, y de contemplar el mundo desde su punto de vista personal: 

La realidad resulta de la combinación natural de dos tipos, lo sublime y lo grotesco, que se entrecruzan en el drama como lo hacen en la vida y en la creación. Porque la poesía verdadera, la poesía completa está en la armonía de los contrarios... Todo lo que está en la naturaleza está en el arte.

La vuelta a la verdad, la expresión de la vida íntegra y la libertad en el arte fueron las fórmulas características de la escuela nueva. Todos convenían en la necesidad de una renovación literaria. El público no apreciaba este cambio a través de un libro, ni mucho menos por un prefacio, sino en el mismo teatro; la verdadera revolución se daba en los escenarios. Pero no se trataba de echar a los maestros franceses de su Parnasse secular, sino de proclamar la libertad literaria, de crear un nuevo tipo de héroe. Otello tuvo éxito a pesar de una oposición admirablemente organizada.

La batalla de Hernani

Cromwell no fue representada, así que el poeta retomó su pluma y escribió Marion Delorme, que también fue rechazada por la censura. Hugo escribió entonces Hernani y la batalla decisiva dio comienzo. En 1830 se estrenó Hernani en la Comédie-Française. En la calle Richelieu se acumulaban grupos de artistas, barbudos y de pelo largo, vestidos de formas extravagantes. Fue en esta ocasión cuando M. Théophile Gautier se atavió con el chaleco de raso escarlata, sobre unos pantalones verde claro con banda de terciopelo negro que forma ya parte de su leyenda. Hugo decidió despedir a los encargados de aplaudir entre los actos, decidiendo prescindir de los "aplausos comprados" y buscando en su lugar la ayuda de sus compañeros del cenáculo: Honoré de Balzac, Gérard de Nerval, Petrus Borel, Hector Berlioz, Alejandro Dumas, Théophile Gautier, etc.

El reinado del Romanticismo (1830-1843)

La poesía

Mientras que la revolución se llevaba a cabo en la escena teatral, toda una literatura nueva, original y fuerte, se desarrollaba en los libros. En poesía podemos citar las Meditaciones poéticas de Alphonse de Lamartine y las Odas y las Baladas de Hugo. El primero publicó en 1823 las Nuevas meditaciones (Nouvelles Meditations), 1825 el Dernier chant du Pèlerinage de Childe Harold, continuación de la Pèlerinage de Childe Harolde de Byrony en 1830, las Harmonies poétiques et religieuses. El segundo, que había publicado en 1829 Les Orientales, expondrá en 1831 Feuilles d'automne, en 1835 Chants du crépuscule, en 1837 Vois intérieures, en 1840 Les Rayons et les Ombres. Alfred de Vigny, por su parte, publicó en 1826 los Poèmes antiques et modernes, inspirados sobre todo por la antigüedad bíblica y homérica, y por la época medieval.

Émile Deschamps mira hacia España, a ejemplo de su maestro Hugo, y hace conocer en Francia, con la Romanza del rey Rodrigo (Romance du roi Rodrigue), las bellezas del romancero español. Théophile Gautier publicó, a finales de 1830, sus primeros versos, con los cuales se reveló en seguida como maestro de la forma. Alfred de Musset publicó en 1829 sus Cuentos de España y de Italia, (Contes d'Espagne et d'Italie), eminentemente románticos con sus versos dislocados de rimas ricas e imprevistas. Pero, de 1829 a 1841, cambiando de estilo y buscando en su propia experiencia la materia de su poesía, gritará el sufrimiento de haber amado y creará una serie inmortales poemas: Nuits de Mai, De Décembre, D'Août, D'Octobre, L'Espoir en Dieu y Le Souvenir.

La tentativa de una reacción clásica

En el teatro reinaba el drama romántico: Vigny llevó a escena La esposa del mariscal de Ancre en julio de 1830 y Chatterton en 1835; Alexandre Dumas escribió Antony en 1831, pero es sobre todo Hugo quien llena las salas: Marion Delorme se representó en 1831, Le Roi s'amuse (1832), además de Lucrecia Borgia, María Tudor, Angelo, tirano de Padoue y Ruy Blas.

Alrededor de 1843 estalló una reacción clásica bastante violenta. Un joven, François Ponsard, hizo llegar al Odéon una tragedia clásica, Lucrèce, obra sólida, ingenua y escrita de forma pesada, pero franca y sana. "Lucrèce" fue escogida por los adversarios de los románticos por ser opuesta a la menos exitosa Les Burgraves que Víctor Hugo estrenaba en el Comédie-Française.

Final del Romanticismo (1848-1867)

En 1848, con el fracaso del socialismo utópico, los autores encaminaron sus pasos hacia la observación objetiva y científica, hacia la aventura interior. A partir de 1850 no se producen más obras según los cánones clásicos. Los ecos de la batalla romántica ya se habían acallado, Lamartine es condenado a vivir de la "copia" a los editores; Musset no produce nada más; Vigny no publicó más versos después de su primera colección. Sin adversarios y sin rivales, Víctor Hugo reina solo, prolongando el romanticismo un cuarto de siglo más. El Segundo imperio, que le expulsó de Francia, le abastece de la materia de los Castigos (1853), una explosión de sátira lírica; las Contemplaciones (1856), derramamiento copioso de poesía individualista, ofrecen toda variedad de emociones y pensamientos íntimos; es finalmente en la Leyenda de los siglos (1859, 1877, 1883) donde se recoge y reúne toda la obra anterior.

Después de este despliegue, la poesía se transforma, y al mismo tiempo que ella toda la literatura. El tiempo de las exaltaciones apasionadas está acabado: la poesía deja de ser exclusivamente personal, se impregna del espíritu científico, y busca mostrar las concepciones generales de la inteligencia, en lugar de los accidentes sentimentales de la vida individual. La inspiración escapa del corazón.

Hacia mediados del siglo XIX, el egoísmo pasional del romanticismo murió y fue reemplazado por nuevos movimientos literarios: los parnasianos y el simbolismo en la poesía y el realismo y el naturalismo en la prosa, pero siguió cultivándose en toda Europa y América, sin su carga original audaz, como un calco repetitivo y con gran éxito de lectores.

Con el fracaso de la revolución del 48, la poesía se interioriza y toma como referencia al hombre mismo, iniciando así el nuevo movimiento estético que siguió al romanticismo dentro de la poesía francesa: los parnasianos pensaban que la poesía debía estar más atenta al efecto artístico que a la vida; Gautier influyó particularmente en el trabajo de uno de los miembros más importantes del grupo, Charles Baudelaire.

En la novela se acentúa el realismo, la objetividad y la ausencia de compromiso político que, según importantes estudiosos, se da gracias al fracaso de la disuelta revolución de 1848.

El romanticismo francés se inscribe en el espacio sociocultural y político que determinó la vida de los pensadores que van desde Rousseau hasta Baudelaire.

Contexto sociopolítico del Romanticismo francés (Arnold Hauser)

«Los objetivos que se perseguían con la Revolución nunca fueron altruistas como se suelen presentar. La burguesía adinerada era ya mucho antes de la Revolución el acreedor del Estado, y, en vista de la persistente mala administración de la Corte, tenía cada vez más motivo para temer la quiebra de las finanzas del Estado. Cuando ella luchaba por un nuevo orden, lo hacía sobretodo para asegurar sus rentas. Esta circunstancia explica la aparente paradoja de que la Revolución fuera realizada por una de las clases más ricas, y no de las menos privilegiadas. No fue en ningún sentido la Revolución del proletariado y de la pequeña burguesía desposeída, sino la Revolución de los rentistas y de los empresarios comerciales, es decir, de una clase que era dificultada en su expansión económica por los privilegios de la nobleza feudal, pero que en su existencia no estaba vitalmente amenazada. Sin embargo, la Revolución se hizo con la ayuda de la clase trabajadora y de los estratos inferiores de la burguesía, y difícilmente hubiera triunfado sin ellos.

No obstante, tan pronto como la burguesía hubo alcanzado sus fines, abandonó a sus antiguos aliados y quiso disfrutar ella sola de los frutos de la lucha común. Al final, todas las clases oprimidas y desposeídas de derechos se aprovecharon de la Revolución, que, después de tantas rebeliones fracasadas y tantas revueltas, condujo ya a una transformación radical y durable de la sociedad. Pero la reacción inmediata de los acontecimientos no fue nada halagüeña. Apenas había terminado la Revolución se apoderó de las almas una desilusión inmensa, y de la alegre concepción del mundo propia de la Ilustración no quedó ni huella. El liberalismo del siglo XVIII partía de la identidad entre libertad e igualdad. La fe en esta ecuación era la fuente de su optimismo, y la pérdida de la fe en la compatibilidad de ambas ideas fue origen del pesimismo del período posrevolucionario. [...]

La revolución había demostrado que ninguna institución humana es inalterable; pero con esto pierden también las ideas impuestas a los artistas toda pretensión de representar una norma superior, y, en vez de merecer la confianza en su verdad, despiertan solo sospechas sobre su obligatoriedad. Los principios del orden y la disciplina perdieron su influencia estimulante en el arte, y la idea liberal se convirtió a partir de ahora –sí, efectivamente, solo a partir de ahora– en fuente de inspiración artística. Napoleón no pudo espolear a sus artistas y escritores a ninguna creación importante, a pesar de los premios, regalos y distinciones que les concedía. Los autores realmente productivos de la época, gente como Mme. de Staël y Benjamín Constant, eran disidentes y exiliados.» (Arnold Hauser: Historia social de la literatura y el arte. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1968, vol. II, pp. 338-340)

El Romanticismo francés era en sus inicios “literatura de emigrados”, y siguió siendo hasta después de 1820 el portavoz de la Restauración. No evoluciona hacia un movimiento liberal hasta la segunda mitad del decenio 1820-1830. La cristalización del Romanticismo francés en un grupo uniforme se realiza al mismo tiempo que la vuelta de la opinión pública hacia el liberalismo. El cambio auténtico ocurre a partir de 1827, año en el que escribe Víctor Hugo su Cromwell y proclama que el Romanticismo es el liberalismo en literatura.

Desde François René de Chateaubriand (1768-1848), a Alphonse de Lamartine (1790-1869), el Romanticismo francés estuvo representado casi exclusivamente por aristócratas. Muy lentamente la dirección del movimiento va pasando a manos de plebeyos como Víctor Hugo, Théophile Gautier y Alejandro Dumas, y hasta muy poco antes de la Revolución de Julio no modifican la mayoría de los románticos su actitud conservadora. El período alrededor de 1830 significa un cambio en el sentido de que el Romanticismo se pasa de lleno a la política y se alía con el liberalismo.

La conquista más importante de la revolución romántica en Francia fue la renovación del vocabulario poético. El lenguaje literario francés se había vuelto pobre y descolorido en los siglos XVII y XVIII a consecuencia del convencionalismo de la forma estilística reconocida como correcta. Lo cotidiano, profesional o dialectal estaba prohibido. Las expresiones naturales, usadas en el lenguaje corriente, debían ser sustituida por términos nobles, escogidos y “poéticos”.

España y Francia - Influencias

No cabe duda de que Jean Jacques Rousseau contribuyó a modelar la sensibilidad romántica española. Inspiró algunas ideas de las Cortes de Cádiz (1812) y se hizo muy popular a partir de 1833. Hay influyo de Rousseau en los conceptos de Larra sobre la maldad social y en la tesis de Espronceda en El Diablo Mundo sobre la progresiva perversión de Adán al contacto con la sociedad.

La Atalaya de Chateaubriand fue traducida al castellano en 1801 y se reeditó quince veces hasta 1832. Se le cita por su reivindicación estética del cristianismo, pero jamás se le imita. El influjo de Víctor Hugo en el teatro fue mínimo.

«El entusiasmo de los románticos franceses por España fue extraordinario. Aunque se continuaba una tradición de vinculación entre los dos países, siempre muy activa, existían ahora razones especiales: España se había convertido en el gran ejemplo anticlásico con su mezcla de lo sublime y lo trágico, su desprecio de las reglas, su sentido cristiano, y al mismo tiempo en la gran suministradora de temas. Los acontecimientos peninsulares, en que los franceses tomaron parte tan capital, primero para deponer y luego para reponer reyes, explican la influencia desde otro ángulo. [...]

Hugo, que escribió varios artículos sobre temas españoles, destacó siempre el valor literario del romancero, contribuyendo al gusto por el mismo entre los románticos franceses. Es autor también de un vaudeville Les français en Espagne (1823).

Al conocimiento entre los dos países contribuyeron en no pequeña medida los emigrados españoles en Francia. Martínez de la Rosa estrenó en París Abén Humeya (1831); el Duque de Rivas y Alcalá Galiano entablaron amistad con Mérimée. Los editores franceses se encargaron de publicar traducciones españolas al francés y aun obras originales: los Romances históricos de Rivas vieron la luz en París.

Fueron también de gran importancia los viajes de escritores franceses a España. Louis de Viardot estuvo en 1823; sus Lettres d’un espagnol (1826), muy leídas, contienen no pocas inexactitudes. Víctor Hugo residió en Madrid en 1811 y volvió en 1843; se titulaba a sí mismo grande de España y se vanagloriaba de conocer el español.» (Navas-Ruiz 1973: 60-61)

Prosper Mérimée, George Sand y Théophile Gautier visitaron y recorrieron España y son inapreciable fuente de noticias. Aunque de estos viajes no resultó una imagen muy exacta de España. Los románticos españoles les reprocharon haber dado una visión parcial de España: prefirieron la alegría andaluza a la desolación castellana; identificaron Andalucía con los bandoleros de Sierra MOrena, las bailarinas, la sensualidad y pasión de la mujer, los gitanos, la pobreza y el atraso. Por otra parte asociaron las catedrales y los castillos con la Inquisición, el despotismo real, la violencia y la crueldad.

«La España negra y la España de pandereta han sobrevivido, tal como la plasmaron los románticos, en la imagen francesa.

Entre los escritores que recibieron influencia española hay que citar a Víctor Hugo. Su imagen de España es más poética que real: lujo oriental, alma trágica, castillos y conventos. [...] El famoso prefacio de Cromwell contiene numerosas ideas del Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega, del que incluso se transcriben algunos versos. Hernani y Ruy Blas deben bastante a Calderón, Ruiz de Alarcón y Tirso de Molina. [...] España estuvo también presente en los orígenes del realismo francés. Balzac consideraba a España el único país de novela e incluyó en varias obras recuerdos españoles.» (Navas-Ruiz 1973: 62)

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